Cómo ser feliz en PISA.
Sí, y no sólo ha sido la
pandemia, que habrá influido, no digo que no, pero lo cierto es que cuanto más
se les pide y exige a los docentes, menos resultados se obtienen, a ver si va a
ser que nos piden de todo, menos enseñar, y no crean que ande muy descaminado.
Eso sí, no se preocupen, algunos han bajado más que nosotros, no que estén por
debajo, si no que la caída ha sido superior a la nuestra.
Ese señores es el nivel actual de
nuestros responsables políticos, que son al fin y al cabo y por desgracia,
quienes señalan el camino de la educación, y que quieran o no, es el sentir que
transmiten a la sociedad, vender como éxitos los fracasos igualando por lo
bajo.
Ustedes disculpen que no les
apabulle con cifras, tampoco me daría texto suficiente, ni haga un ránking de
comunidades autónomas, aunque habría que estudiar por qué tanta diferencia
entre unas y otras, o me centre en el gasto por alumno de cada una o los
programas múltiples y variopintos que inundan nuestros centros educativos con
nombres rimbombantes y pegadizos, que en eso no nos gana nadie, o haga un
estudio sobre el punto de partida de cada comunidad, entorno sociocultural y
económico según población. No señores, déjenme que les deje una reflexión
quizás muy simple, como la propia teoría, la de la navaja de Ockham.
La teoría de la navaja es más que
simple por sí misma “en igualdad de condiciones, la explicación más simple
suele ser la más probable”, o que la teoría más simple tiene más probabilidades
de ser correcta que la compleja. Ya podemos hacer miles de estudios, pero esto
es sencillamente lo que parece, con o sin pandemia, que ya íbamos en caída
libre antes del coronavirus.
Sencillo, gastamos millones en
programas para la mejora de la calidad de la enseñanza, contratando un docente
a media jornada en un centro para decenas de alumnos en vez de bajar las ratios
a diez o quince alumnos o aumentar significativamente las plantillas actuales.
Obligamos a los docentes a invertir hasta el cuarenta por ciento de su tiempo
en tareas ajenas a la docencia y no sólo me refiero a la burocracia superflua,
hemos acabado haciendo y siendo todo lo que nuestros alumnos necesitarían fuera
de la escuela, y que por no herir sensibilidades no enumero, en vez de valorar
y reconocer precisamente su labor docente. No encontramos profesores para
ciertas materias no sólo porque la mayoría gana más en cualquier otro campo
laboral que en la docencia, porque nuestra profesión no está siendo valorada ni
social ni laboral ni económicamente, por nuestros propios administradores, y si
no lo hacen ellos, menos las familias, y si las familias no lo hacen, qué
esperar de nuestro alumnado. Legislamos y gestionamos desde sillones que nunca
pisaron un patio de recreo, una sala de profesores o un claustro, pensando que
la teoría sirve para enfrentarte a los retos de las aulas del futuro, que no
son las que dibujan los técnicos con cien enchufes y veinte pantallas más una
realidad aumentada. En las aulas del futuro lo único aumentado es la diversidad
del alumnado con múltiples realidades cognitivas, sensoriales, físicas y de
toda índole.
Me pregunto qué pasaría si todos
los recursos económicos, gestión de personal, recursos, etcétera se dejaran en
manos de los centros escolares y que fueran ellos los que hicieran la educación
de abajo a arriba, en vez de la actual, de arriba a abajo. Quizás el problema
radique en que nuestros legisladores piensan que la finalidad de la educación
obligatoria es que el alumno sea feliz, cuando la educación obligatoria también
procura que lo sea, feliz, pero si tiene que elegir, preferiría asegurarse que lo
sea después de salir de la misma.
https://www.elperiodicoextremadura.com/opinion/2023/12/07/feliz-pisa-95526109.html
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