La teoría de la relatividad docente.

 



Ya lo decía la teoría de la relatividad, el tiempo y el espacio son relativos, y si no lo creen, pregunten a cualquier docente. Si Einstein hubiera sido docente en este siglo XXI habría descubierto una nueva teoría de su ley: en la educación, el tiempo se dilata y las tareas se expanden, como el universo.

Hace unos años, la figura del docente era casi mítica. Aquel señor, señora o señorita que entraba en el aula armado de tiza en mano con su libro de papel y pasta cuché como escudo y autoridad incuestionable. Pero los tiempos, ese espacio-tiempo relativo, ha cambiado, y con ellos, el rol docente. Hoy, el profesor ya no es solo profesor, es animador sociocultural, psicólogo de urgencia, mediador de conflictos, administrativo, diseñador gráfico, “community manager” del aula y hasta experto en ciberseguridad. Lo único que nos falta es ser piloto de drones para controlar los recreos desde el aire.

La polivalencia del docente moderno es admirable. En un solo día puede lidiar con una crisis de ansiedad de un alumno, organizar una excursión, rellenar quince documentos burocráticos, dar clase sobre ecuaciones de segundo grado y, de paso, explicar a una familia que la actitud de su hijo no es precisamente por ser un incomprendido genio del siglo XXI.

Las reformas educativas llegan con la promesa de aligerar la carga del profesorado, pero, curiosamente, cada nueva ley viene con más responsabilidades y menos recursos, con menos exigencias para el alumnado pero contrariamente proporcional a la justificación burocrática de esa ausencia de exigencia.

Y, por supuesto, está la digitalización educativa. De repente, el docente ha pasado de ser un profesor a convertirse en técnico informático de su propia aula. Entre instalar plataformas, gestionar credenciales de alumnos, hacer maravillas con una pizarra digital que solo funciona cuando quiere y apagar incendios tecnológicos en mitad de una clase, el profesor del siglo XXI se ha ganado un máster honorífico en resiliencia digital.

Pero no todo es malo. A pesar de todo, los docentes siguen en pie, capeando temporales con esfuerzo, trabajo, vocación y más paciencia que un santo. Eso sí, si algún día ven a un profesor en la sala de profesores, mirando al infinito con la mirada perdida, no le molesten. Seguramente está procesando el último correo sobre cambios en la normativa de evaluación, promoción, organización o adaptando programas especiales de última hora en tiempo récord, o simplemente, está recordando con nostalgia aquellos tiempos en los que solo tenía que enseñar.

Lo que realmente necesitamos es que alguien nos aclare en qué tipo de agujero de gusano educativo estamos atrapados, porque cada reforma nos hace sentir que vivimos en un bucle espacio-temporal donde todo cambia para que nada mejore, para que nuestro tiempo se alargue y nuestro espacio personal se recorte, donde las expansiones son de burocracia y las disminuciones salariales. Pura teoría del caos.

Mientras tanto, seguiremos aplicando nuestra propia versión de la teoría de la relatividad: en educación, el tiempo se expande cuando tienes que corregir exámenes un viernes por la tarde, pero se contrae dramáticamente cuando intentas explicar un tema en 50 minutos.

Así que, si alguna autoridad educativa lee esto, poco probable, que se acuerde de una cosa: los profesores no necesitan más informes, más cambios ni más burocracia, lo que realmente necesitamos es tiempo y espacio, pero no el relativo al que les tenemos acostumbrados.

Y mientras seguimos esperando que alguien nos lo conceda, no perdemos la esperanza. Quizás, antes de que la próxima reforma educativa nos agote por completo, encontremos la clave para que el sistema educativo deje de ser una constante expansión de papeles y una contracción de nuestras fuerzas.

Saturnino Acosta García, Presidente de ANPE Cáceres.

https://www.elperiodicoextremadura.com/opinion/2025/02/13/teoria-relatividad-docente-114241281.html


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