Nuestros docentes: una injusticia recurrente.
Días atrás, ha
salido un estudio que, sentencia que los docentes de Infantil y Primaria
tenemos menos conocimientos en Lengua y Matemáticas que otros titulados
universitarios, ahora grados, y los de Secundaria en técnicas pedagógicas.
Seguramente el estudio será una obra de arte, no lo dudo, aunque hay estudios
que precisamente arte, no es que tengan.
Reducir la
preparación de nuestros docentes maestros a una simple comparación con otros
titulados es, como mínimo, injusto y sesgado. La enseñanza en las etapas de Infantil
y Primaria no se limita sólo a transmitir conocimientos de Lengua y
Matemáticas, de hecho, es algo mucho más complejo y difícil que ser miembro de
la R.A.E. o Ingeniero aéreo espacial en la N.A.S.A, además de no sólo saber
dichas materias, algunas más, debes saber cuándo y cómo según la edad
madurativa del alumno enseñarlas o que interioricen el concepto más que las
reglas o tablas y todo eso con lo más complejo, que abarca la educación
integral de nuestro alumnado, su desarrollo emocional, su aprendizaje social y
el despertar de su curiosidad y creatividad. En definitiva, dotarlos de las
herramientas necesarias para que por sí solos puedan terminar sabiendo más que
sus maestros, incluso hacer estudios hasta demoscópicos
Los docentes
no solo debemos dominar contenidos, también la didáctica, la gestión del aula,
la psicopedagogía y una multitud de competencias que no aparecen en los
rankings de conocimientos académicos puros. Dudo que la capacidad de explicar y
que entienda una fracción a un niño de ocho años de forma comprensible se mida
en un test de conocimientos matemáticos o que el arte de fomentar la lectura
desde la infancia se reduzca a la nota de un examen de Lengua. Al parecer, para ciertos sectores, el hecho de
que un maestro deba lidiar con veintidós alumnos de distintas capacidades,
realidades familiares y necesidades educativas en una misma aula es un detalle
sin importancia.
Lo más
preocupante, aunque no se hagan con intención, algunas comparaciones contribuyen
a erosionar la consideración social principalmente de nuestros docentes, en un
contexto en el que ya nos enfrentamos a aulas cada vez más complejas, mayor
carga burocrática y un reconocimiento absolutamente insuficiente.
En lugar de
poner en cuestión la preparación de quienes educan a las futuras generaciones,
debiéramos preguntarnos qué estamos haciendo como sociedad y especialmente con
nuestras leyes educativas, sistema educativo, condiciones o salarios de
docentes para que cada vez sea más complicado atraer a los mejores talentos a
la docencia. El estudio quizás también debiera incluir cuántos eruditos
elegirían esta vocación si les garantizasen unas condiciones laborales y
salariales que les permitiese ejercer su labor docente con dignidad y eficacia,
o mejor dicho, cuántos dejarían de abandonarlo, o de morir en el empeño.
Quizá el día
que comprendamos que la docencia no es una carrera de erudición teórica, sino
una vocación con impacto crucial en el desarrollo social, dejemos de asistir a
este espectáculo de demérito recurrente que seguramente se acreciente según se
siga avanzando en el próximo estatuto de la función pública.
Sigamos
reduciendo la educación a una cuestión de números y estadísticas, sigamos
rebajando la importancia del trabajo docente mientras esperamos milagros en los
resultados académicos. Cuando todo siga igual o peor, por no saber legislar,
por no tomarse a los docentes como se merecen, no se preocupen, siempre
podremos seguir culpando a los de siempre.
Saturnino
Acosta García Presidente de ANPE Cáceres
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