Cuando se va la maestra

 

https://www.elperiodicoextremadura.com/opinion/2025/06/12/maestra-118516022.html

No hay campana que suene igual en el pueblo que la que suena el día en que se va la maestra. No una maestra cualquiera, sino esa que se ganó el artículo determinado con años de vocación sin ruido, con cariño a manos llenas, con profesionalidad humilde y con el alma puesta en cada jornada. Esa que se volvió parte de la historia del pueblo, del paisaje, del aire de la escuela.

La escuela rural es pequeña, sí, pero en ella caben todos los universos, el de Juanito, que llega con las botas llenas de barro y el mundo aún por descubrir, el de María, siempre con las manos frías y el corazón bien escondido en su cuaderno, el de la madre que se asoma por la verja, preguntando si su hijo comió bien, el del abuelo que pasa cada día “por si la seño necesita algo”. Y ella, la maestra, sin hacer ruido, lo sostiene todo. A veces con paciencia infinita, otras con coraje. Siempre con la vocación que no le enseñó ningún temario. Siempre con amor, de ese que no se enseña en ningún curso, ni aparece en ningún historial formativo.

Ella fue la que, con una tiza y un gesto, con un “tú puedes” dicho con firmeza y ternura, enseñó a leer, a multiplicar, a perdonar, a soñar. Fue farolillo encendido en mitad del invierno, reloj que daba la hora aunque nadie lo mirase, voz que calmaba cuando todo lo demás temblaba. Fue brújula, refugio, abrazo, canción de buenos días.

Porque en los pueblos, las maestras, igual que los maestros, pero no puedo estar todo el artículo con el -estra y el -estro, no son solo funcionarias. Y por eso, cuando se van, el alma del pueblo se desordena. Como cuando desaparece el banco de la plaza y uno no sabe ya dónde sentarse a mirar la vida. En el colegio se improvisa un desayuno, se corta una tarta, se llora un poco. Pero el pellizco no se va. Camilo, el carnicero, recuerda cómo le enseñó a su hija a escribir sin apretar tanto el lápiz, Pilar, la del estanco, aún guarda una redacción de su nieto hablando de “su maestra preferida”, Paco, el panadero, comenta cómo curó a su sobrino cuando se cayó en el recreo. Y hasta el alcalde, ese que solo se emociona en campaña, siente que algo muy valioso se ha perdido.

Todos entienden que se marche. Que ha llegado el momento de cambiar de patio, de hacer menos kilómetros, de cuidarse un poco más. Pero el corazón no entiende de traslados. Porque no se va cualquiera. Se va quien dio media vida, y un trocito de alma. Y lo hermoso es que lo que deja no se empaqueta. Queda flotando en el aula, entre pupitres y pasillos, en cada niño que hoy lee un cuento a su hermana, en cada joven que vuelve y sonríe al pasar junto al colegio, sin saber bien por qué.

Ella se va, sí. Pero queda. Queda en la memoria de un pueblo que, aunque le cueste, sabe decir “gracias”. Y allá donde vaya, llevará dentro un pedacito de cada uno de ellos, pero ellos, ellos se quedarán con casi toda ella.

Y así, cuando pasen los años y alguien pregunte quién enseñó a leer, alguien dirá su nombre, bajito, como se dicen las cosas sagradas.

A todas esas maestras y maestros que han dado media vida, y un trocito de alma. Que enseñaron mucho más que letras y números. Que dejaron escuela dentro y fuera del aula. Que se quedan, aunque se vayan.

Saturnino Acosta García, Presidente de ANPE Cáceres


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